Vencer sin combatir: el arte de dominar la sabiduría
Lo que sigue es una lección de sabiduría dirigida al mundo, y data del siglo V a.C.
• «La mejor victoria es vencer sin combatir» y practicarlo «distingue al hombre prudente del ignorante».
Eso afirmaba Sun Tzu en «El Arte de la Guerra», el mejor libro de estrategia de todos los tiempos.
Así, no es extraño que China haya dominado cultural y comercialmente gran parte del mundo a lo largo de los siglos, sin ejercer una dominación militar.
• «La victoria completa se produce cuando el ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la destrucción no se prolonga durante mucho tiempo y, en cada caso, el enemigo es vencido por el empleo de la estrategia».
• «El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar».
El secreto reside en «quebrantar la voluntad del enemigo antes del combate».
Porque «todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño».
Personalmente, siempre he defendido que no hay nada más torpe que resistirnos a aquello que rechazamos. La resistencia como táctica de lucha está abocada al fracaso. Aquello a lo que te resistes, persiste. Cada vez que nos resistimos, le estamos dando más fuerza y poder a aquello que pretendemos combatir.
De ahí el fracaso persistente de ideologías como el marxismo, que buscan la confrontación permanente y la (falsa) lucha de clases. Viven instaladas en una ensoñación eterna, en un autoengaño, en una ilusoria fantasía. Su supuesta revolución es la trampa perfecta para manipular a los individuos bajo la promesa de una victoria utópica, que jamás llega, ya que en realidad es una derrota anticipada del pueblo. Es la perpetuación de un poder concentrado en las élites.
Cambiar estéticamente los elementos justos y precisos de un sistema es la fórmula infalible aplicada históricamente para asegurar que un "statu quo" permanezca inalterable.
Esto es bien conocido por líderes totalitarios, caudillos, dictadores y élites mesiánicas de todos los tiempos.
La Transición española es un excelente ejemplo de ello.
Sun Tzu argüía que, para lograr una victoria, no es necesaria una confrontación directa. Basta con tener una estrategia bien diseñada.
El día en que las sociedades aprendamos esta lección y seamos capaces de ponerla en práctica como colectivo, las comunidades y los pueblos escalaremos a la posición que muchos anhelamos, de un colectivo de borregos a sabios, de perfectos idiotas a mínimamente inteligentes.
Y sólo así lograremos liberarnos de los grilletes de los poderes absolutistas que nos subyugan desde la memoria de los tiempos.
Entretanto, el orden sigue subvertido y los individuos, por nuestra propia voluntad y decisión, seguimos delegando el poder potencial incontestable que emana de nosotros. Ese poder que, inexplicablemente, entregamos de forma perpetua a los zorros para que gobiernen el gallinero, y que, sin embargo, sería esperable que usáramos a nuestro favor.
Alguien nos colocó delante una zanahoria y, desde entonces, avanzamos al ritmo y dirección que nos marcan, creyendo ingenuamente que en algún momento llegaremos a alcanzarla. A falta de una estrategia propia, seguimos las de otros, vivimos de ilusiones y por eso somos dominados.
Nos limitamos a recorrer los caminos que otros deciden. Sin esa estrategia tan necesaria de la que carecemos, somos incapaces de decidir por nosotros mismos. Y, así, nos resignamos y dejamos que sean otros quienes decidan nuestro destino. Una y otra vez.
Delegamos todo nuestro poder en quien gustosamente lo toma, nos lo usurpa y lo aprovecha en su beneficio propio exclusivo. De este modo, elegimos que nos gobierne la corrupción institucionalizada. En el colmo de la ignorancia y la ignominia, nos atrevemos a llamar a esto democracia. Y, además, nos lo creemos cuando nos permiten depositar un voto cuya única utilidad es mantener muy viva esa mentira.
¿Quién osará dar el paso necesario de planificar una estrategia que, evitando el combate, quebrante la voluntad de quien se erige como enemigo del pueblo, disfrazado de legítimo representante?
La civilización lo está reclamando a gritos en cada rincón del mundo.
Ese pequeño paso individual, cuando sea secundado suficientemente, supondrá un gran salto decisivo para toda la Humanidad.
Y, o lo damos ya de forma decidida y firme, o casi mejor nos extinguimos, antes de sobrevivir durante los próximos milenios como especie esclava de los nuevos grilletes tecnológicos que estamos aceptando desde la ignorancia.
No será la fuerza bruta la que nos permita salir victoriosos de esta encrucijada, sino la inteligencia y la astucia, como siempre fue, es y será.