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Adiós, Suárez. Adiós, Transición. Hola, Democracia.

Es obligado referirme a Adolfo Suárez en el día de su despedida.

Ese hombre sobre el que tantas barbaridades están vertiendo algunos estos días desde las redes sociales (y es que el desconocimiento es muy atrevido), y sobre el que también se están lanzando elogios seguramente gratuitos, asumiendo mitos de esta Democracia nuestra de cartón piedra con la que aún se pretende seguir decorando un vertedero putrefacto que se ha vuelto casi inhabitable.

Todos mis respetos por la figura de Suárez y su valentía en un período crítico para España, en aquella España más plural, en la que existían más posiciones que las izquierdas y las derechas. Pero quiero hacerlo prescidiendo de mitos y desde la distancia que imponen los muchos enigmas que se nos ocultan sobre un período histórico llamado Transición democrática. Y si aún se nos ocultan, será por algo.

Con Adolfo Suárez muere también la Transición iniciada por el régimen de 1978. Y se muere por agotamiento. Agoniza por falta de cuidados y por un maltrato intensivo de la Constitución.

Sin memoria, no somos nada.

Qué cruel ha resultado ver, durante los últimos años, cómo el Alzheimer ha privado al primer presidente de nuestra actual democracia de recordar quién fue y cómo actuó. Igual de cruel resulta comprobar cómo desde el poder político se intenta que los ciudadanos vivamos en un estado de amnesia permanente, para manejarnos como títeres.

Suárez se lleva con él a la tumba las verdaderas razones que le obligaron a dimitir como presidente del gobierno, apenas unas horas antes del fallido golpe de Estado del 23-F.

Aquellos hechos, de importancia crucial para escribir nuestra historia, se nos ocultan aún hoy a los españoles, más de 30 años después, para seguir escamoteándonos la Democracia.

Como si las nuevas generaciones tuvieran que seguir pagando unos platos rotos que nuestros mayores jamás rompieron. Se nos hace olvidar, se nos obliga a no saber, y a continuación se explota nuestro complejo de culpa por no recordar.

La Constitución del 78 tuvo unos "padres" que los ciudadanos no elegimos ni consensuamos. Los españoles tan sólo aceptamos por referéndum el resultado de aquel acuerdo, de aquel pacto entre caballeros, como un mal menor para un país que abandonaba una dictadura y ante las ganas locas de instaurar un nuevo régimen que nos abriera definitivamente la puerta a las libertades y a Europa.

Pero han pasado otros 30 años más, el mismo largo período que anteriormente habíamos sufrido con una dictadura, y todo se ha revelado como un espejismo. Aquel plan de reinstauración democrática se ha revelado de lo más perverso, convirtiendo a varias generaciones en esclavos de una tiranía bipartidista. No hay democracia, tan sólo una partitocracia como tapadera de las cloacas de la corrupción.

Ahora sabemos, con documentos sólo sacados a la luz mediante filtraciones diplomáticas, que la Transición española fue diseñada al milímetro desde los EEUU y que nuestros políticos, incluido nuestro rey, son meros lacayos. Ahora tenemos la certeza de que nuestra economía se dirige desde el exterior y de que nuestra soberanía (tanto la popular como la nacional) ha sido pisoteada, reducida a cenizas.

Ya ni siquiera tenemos control alguno sobre nuestros propios bancos. Instituciones ajenas a la democracia como la Comisión Europea o el FMI se han permitido retirar las competencias de supervisión tanto a nuestro Gobierno como al Banco de España, y a cambio nos imponen una deuda que nos esclaviza. Para garantizar su cobro, se han permitido reformar –profanar– nuestra norma más sagrada: una Constitución que los españoles no nos habíamos atrevido a tocar durante tres décadas. Y ni siquiera nos han consultado o pedido permiso para pervertirla. Ha sido suficiente un servil acuerdo "de Estado" de PPSOE para vender nuestro país a intereses ajenos a precio de saldo.

Una inmensa mayoría de españoles nos sentimos traicionados, ultrajados, y así se ha ido reflejando en las urnas, hasta el acta de defunción definitiva del bipartidismo que seguramente veremos materializado en las próximas citas electorales.

Nuestros políticos lo saben y ahora se sacan de la manga una "regeneración democrática" in extremis. ¿Regeneración? ¡Ja! ¿Desde cuándo el problema formó parte de la solución?

España necesita con urgencia una nueva Constitución, dado que la actual no se cumple y nadie la hace cumplir... "salvo algunas cosas".

Y no podemos esperar de los políticos actuales que se ocupen de ese trabajo y asuman esa responsabilidad inaplazable. Ellos siguen anclados todavía en los planes de Transición de hace tres décadas, con el mismo discurso apolillado, y se protegen blindándose cada vez más frente a la realidad de cambios radicales que estamos viviendo, a la que ellos dan la espalda y a la que consideran una amenaza. Se vuelven así enemigos de una sociedad a la que ya no pueden representar.

Los padres de la próxima Constitución española serán los propios ciudadanos, y nadie más.

Se acabó el delegar en quien no merece ser depositario de la confianza común. La "democracia representativa" ha dado de sí todo lo que podía dar.

La Transición española del 78 ha pasado a mejor vida.

Se cierra una etapa, aunque las instituciones del Estado se resistan a reflejar esta realidad, más que palpable en la calle.

Sí, los tiempos han cambiado mucho. Que yo esté escribiendo ahora esto y tú lo estés leyendo al momento, y puedas conversar libremente sobre ello, era impensable hace 30 años. Sólo los medios de comunicación tenían la palabra y fraguaban la opinión pública.

Ahora tenemos ante nosotros la apasionante tarea de forjar un futuro sin intermediarios, el que nosotros mismos decidamos por consenso. No es preciso pedir permiso a nuestras instituciones, ellas fueron creadas para funcionar a nuestro servicio, y como ciudadanos soberanos podemos cambiarlas. Es nuestro legítimo derecho poder llevar adelante un plan que les diga a nuestros políticos que no es posible "regenerar" las instituciones desde dentro, sino que hay que sanearlas a fondo y transformarlas de arriba a abajo (o de abajo a arriba) para responder a una nueva realidad.

¿Estamos dispuestos a asumir el reto? Preparados, seguro que sí, pues estamos más cualificados que nunca para llevarlo a cabo. En realidad, ya hemos empezado a hacerlo. Con permiso o sin él, vamos adelante a asumir desde hoy mismo la gestión de lo que por Derecho nos pertenece. Entre todos, por la democracia que tanto estamos necesitando.

Adiós, Adolfo Suárez. Descanse en paz la Transición española.

Referencias:

Artículos (publicados por la Prensa algunos días depués de escribir esta entrada):
  • Entrevista con Pilar Urbano, autora de 'La gran desmemoria': "Para Suárez estaba claro que el alma del 23-F era el Rey"
  • El Rey estaba detrás del 23-F: el gran secreto que Suárez se habría llevado a la tumba

    Audio:
  • El Vórtice: 23-F. Demontando la "Operación Palace" de Évole

    Libros:
  • Pilar Urbano: La gran desmemoria (Planeta, 2014).
  • El Fin de la España de la Transición (Cuadernos de eldiario.es, 2013), por Andrés Gil, Javier Gallego, Íñigo Sáenz de Ugarte, Antonio Franco, Carlos Elordi, Juanlu Sánchez, Amador Fernández-Savater, Isaac Rosa, Olga Rodríguez e Ignacio Escolar.
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